Los diablos que provocan la inflación anidan en el Estado.

Los diablos que provocan la inflación anidan en el Estado.

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El Presidente insiste en el error de inducir a la población a creer que el proceso inflacionario es responsabilidad de los empresarios formadores de precios.

A pocos días de que se conociese que el índice del costo de vida creció en febrero nada menos que el 4,7% y que los pronósticos para marzo son incluso peores, el presidente de la Nación efectuó un tan desacertado como desafortunado diagnóstico sobre la inflación en la Argentina.

Según Alberto Fernández, “hay diablos que hacen subir los precios y hay que hacer entrar en razón a los diablos”. Aludió de esa manera a “los formadores de precios que tienen que llamarse a la reflexión para que entiendan que la suerte de tener un oligopolio no los autoriza a hacer padecer a los argentinos”, al tiempo que advirtió a los empresarios: “Si no, aplicaremos las herramientas que tenemos, como la ley de abastecimiento”.

De esta manera, el primer mandatario, que recientemente anunció una “guerra” contra la inflación, apela a un gastado argumento del populismo, que induce a tomar medidas intervencionistas cuyo fracaso ha quedado más que demostrado a lo largo de décadas en nuestro país y de siglos de nuestra historia universal.

En el hombre común y corriente sin formación económica suele existir una propensión a creer que la inflación es provocada por empresarios y comerciantes que remarcan precios sin otra justificación que la satisfacción de su propio egoísmo y la búsqueda de ganancias desmesuradas.

Los gobernantes populistas alientan esa concepción con el fin de granjearse el apoyo popular, y es así como adoptan regulaciones e intervienen en los mercados, aplicando controles o congelamientos de precios, que en los peores tiempos del peronismo derivaron en persecuciones y castigos contra dueños de comercios. Más recientemente, al igual que en el pasado, se dispusieron prohibiciones de exportar determinados productos, como la carne, con el proclamado propósito de “cuidar la mesa de los argentinos”.

A lo largo de distintos períodos, el resultado de todas esas medidas fue siempre el mismo: menor aliento a la producción, escasez o desabastecimiento de determinados productos y cierre de empresas, como frigoríficos. Entretanto, el gasto público siguió aumentando, elevando un déficit fiscal que se cubrió con cada vez más emisión monetaria o con endeudamiento público, y generando las condiciones para una creciente inflación o una cesación de pagos del Estado.

No llama la atención que un representante del populismo como Alberto Fernández pretenda ignorar que la génesis de la inflación está en los fuertes desequilibrios fiscales que su coalición política se resiste a combatir para mantener los privilegios de una clase política que ha vivido y vive a costa de los más pobres, quienes en todos los casos son las principales víctimas de cualquier proceso inflacionario.

Mientras no se racionalicen las estructuras burocráticas y se reduzcan las plantas de personal del sector público, el déficit fiscal continuará alimentando los mecanismos espurios para la creación de dinero; la población seguirá huyendo de los pesos y se desprenderá lo más rápido que pueda de ellos, y la inflación –el más regresivo de todos los impuestos– seguirá determinando nuestros hábitos y nuestras vidas.

Seguiremos signados por un círculo vicioso de estancamiento y pobreza, ante una dirigencia que solo atina a repetir los mismos errores una y otra vez.

Tiene algo de razón el Presidente cuando introduce a los diablos en su relato. La inflación tiene endiablados efectos en la sociedad. Es la inflación la fuente de muchos de nuestros males y de no pocos de nuestros conflictos. Es causa de protestas sociales que alteran el orden público, de medidas de fuerza de trabajadores que paralizan fábricas, de huelgas docentes que impiden cumplir con el calendario escolar y afectan la educación de nuestros hijos, del deterioro de la atención en hospitales, de disputas familiares, de angustias personales, de la ausencia o el encarecimiento del crédito, del aumento de la pobreza y la desocupación, de la desaparición del ahorro y de la muerte de la inversión productiva. Los diablos pueden existir, como afirma Alberto Fernández, pero lo que no advierte o se niega a advertir el primer mandatario es que esos diablos anidan en el propio Estado.

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