El peronismo vuelve y sin necesidad de renovarse.

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A Mauricio Macri, a muchos de sus consejeros y a casi todos sus seguidores más fieles hay una constatación que los mortifica. Les cuesta entender (o directamente no pueden aceptarlo) por qué el peronismo está tan cerca de volver al poder casi sin necesidad de renovar su dirigencia. O casi sin necesidad de hacer un mea culpa profundo. A diferencia de lo que ocurrió después de las derrotas de 1983 y de 1999.

Alberto Fernández lo resume con precisión cuando dice que la autocrítica de Cristina Kirchner fue designarlo a él candidato a presidente. Suficiente. Apenas unas apresuradas y nunca muy debatidas reconciliaciones, un cambio de roles y un tan ingenioso como corto paso al costado de la jefa del espacio bastaron para rehacer un tinglado que vuelve a cobijar a todos (o casi todos) los que fueron parte del proceso político iniciado el 25 de mayo de 2003.

Son los mismos a los que poco más de la mitad de los argentinos decidió marginar del poder el 22 de noviembre de 2015 y muchos de los que parecían destinados a ser jubilados de la política otro 22, esta vez el de octubre de 2017, en las elecciones legislativas en las que dos candidatos de poco peso específico propio derrotaron a Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires.

Como anticipando su regreso y justificando el desandar de sus pasos independientes, Sergio Massa sostenía, a principios de año, que el ciclo de Macri sería apenas un estrecho paréntesis. Lo decía meses antes de hacer pública su decisión de volver a compartir espacio con Cristina.

El verdugo macrista, que ejerce su oficio con el madurado placer de la venganza, disfruta de que el electorado no haya castigado su recorrido zigzagueante, sino de que lo premie por el gran negocio que hizo al vender caras sus acciones, devaluadas como emprendimiento propio, pero preciadas para terminar de completar el capital de una nueva mayoría.

El macrismo quedó encerrado en un tiempo que le impide encontrar respuestas y soluciones a sus infortunios. Es suficientemente tarde para corregir el rumbo y demasiado temprano para buscar verdades que pueden ser paralizantes. En medio de una campaña electoral en procura de lograr, como mínimo, una derrota digna, se imponen los placebos a las autocríticas profundas, que al final exponen las falencias, la incapacidad o la impericia. Otra forma de expresar aquel célebre «no pude, no supe o no quise» de un Raúl Alfonsín que hasta en su hora sombría demostraba sus dotes para la dialéctica. El macrismo prefiere apelar a la autoayuda del «sí, se puede».

Observadores más neutrales y quizás una buena mayoría, en cambio, podrían señalar que probablemente no hubiera ocurrido lo que sucedió en los últimos meses si no fuera por la defección de la gestión y la ineficacia (o incompetencia) política. Es algo más que un contrafáctico.

Una destruyó en menos de un año las enormes expectativas de más de la mitad de la ciudadanía que durante casi tres años sostuvo a Cambiemos, a pesar de las pocas «efectividades conducentes» logradas. La recurrente postergación ad infinitum de los prometidos tiempos mejores terminó por alejar a aquellos a quienes el día a día se les escurría sin satisfacciones.

La praxis política macrista, endogamizada hasta la patología, provocó la reunificación de partículas insolubles del panperonismo, a las que, sí se mantenían aisladas, solo se les ofrecía como destino el harakiri político. Demasiado sacrificio cuando, a cambio de deponer algunos principios o egos, podían acceder a un futuro mejor para cada uno de ellos. El vitalismo peronista es difícil de doblegar.

Alberto Fernández, el gran beneficiario, lo dijo claramente la semana pasada. «Nos dimos cuenta de que si no nos juntábamos seguían ganando con el 35 por ciento», fue, en síntesis, su reconocimiento de la nueva familia ensamblada peronista, que luego quedó escenificada como la nueva foto de familia en el acto en el que la CTA anunció su decisión de volver a la CGT.

Fernández con el número 1, Cristina Kirchner con el 2, Sergio Massa con el 3, Felipe Solá con el 4, Héctor Daer, «los Gordos» cegetistas, la familia Moyano y Hugo Yasky, en el medio de la cancha, y La Cámpora, los intendentes y los gobernadores en la delantera. En el banco, pero listos para entrar en acción, los movimientos sociales. En la platea vip, una parte destacada de la UIA. Y en la lista de incorporaciones, los últimos díscolos, como Florencio Randazzo.

En el sector izquierdo de la popular, con bombo y manguera que (en) cubrecadena, una barra brava que pide reivindicación, revancha y nuevo orden. Ahí, Juan Grabois convive, en un coro sin dirección unificada, con Eugenio Zaffaroni y Horacio González, y algunos otros que, detrás del alambrado del microestadio de la calle México, pugnan (y pugnan) por hacerse un lugar.

Por ahora (y en campaña), son expresiones de la minoría. Aunque varios de ellos o de sus adláteres no estarán lejos de encontrar algún espacio en la burocracia estatal que todo gobierno peronista suele distribuir entre los propios con prodigalidad y escasos controles (mientras los beneficiados no desafíen las jefaturas de turno). Estarán a la espera de que la coyuntura los favorezca sin deponer sus banderas. Solo enrollándolas a la espera de la oportunidad y mostrándolas cada tanto para que nadie se olvide de ellos.

Probablemente también tengan algún sitio varios miembros del flamante patronato de liberados kirchnerista. Sin embargo, deberán esperar a que el gobierno deje de estar, al menos formalmente, en manos ajenas. Los votos hay que sumarlos de a uno y no conviene perder ninguno por espanto. Aunque ya las prevenciones hayan bajado lo suficiente como para animarse a mostrar las facetas menos venerables. La confianza en que los cucos del cristikirchnerismo han perdido sus atributos atemorizantes es palpable. ¿La victoria otorga derechos por anticipado? Nadie sabe si es temeridad, como piensan en el macrismo, o certeza del cambio inexorable, como explican muchas algunas exhibiciones impúdicas.

No ha hecho falta hasta ahora la exposición de ningún plan preciso de gobierno ni la designación de ningún probable gabinete. El peronismo es práctico y plástico cuando el poder está al alcance de la mano. Nadie exige definiciones doctrinarias ni proyectos concretos mientras haya lugar en el colectivo triunfal.

Las escenas de la última semana, más que los discursos, empiezan a mostrar encuadramientos que se están consolidando y las ubicaciones que cada sector pretende y disputa.

El acuerdo económico-social que con énfasis más que precisiones alienta y promete Fernández explica y proyecta las relaciones con las corporaciones y hacia dentro del peronismo.

El candidato presidencial, los gremialistas y los empresarios empezaron a ensayar el histórico baile del toma y daca. Se tributaron tantos apoyos como demandas. Y cada uno buscó empezar a fijar los límites de su consentimiento.

Una CGT unificada es para cualquier gobierno sinónimo de fortaleza y desafío en idénticas proporciones. El gremio de los pilotos entregó muestras gratis para todos y todas. Las administraciones peronistas lo han experimentado recurrentemente y es así que no siempre han avanzado en la ampliación de derechos. El historial de Perón en el gobierno da fe.

Fernández no ignora la historia, a pesar de lo que suele decir para resistir a presiones empresariales, que buscan reducir algunos beneficios de los trabajadores y varios privilegios de sus representantes.

Nada es lineal, sin embargo. Matías Kulfas, consolidado como vocero económico del candidato peronista, le respondió a la UIA anteayer que no hace falta ninguna reforma laboral. La expresión tomada en forma literal expresa cabalmente lo que piensa y quieren hacer si llegan al gobierno. Pero hay grises que la literalidad del blanco y negro desdibuja.

Fernández y su equipo admiten plenamente en privado y parcialmente en público que no hay manera de sostener incólume la estructura normativa laboral vigente para recuperar el crecimiento económico y darle sustentabilidad, dotándolo de competitividad. Lo mismo cabe para lo previsional y lo fiscal. Matices o eufemismos para no inquietar a nadie. Digno tributo a una tradición política y ajustada disciplina al manual básico de las campañas electorales.

El peronismo ha vuelto. Y sin necesidad de renovarse. Las causas parecen claras. Las consecuencias están por verse.

Claudio Jacquelin

Ilustración: Alfredo Sabat

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