Sin Cristina tampoco alcanza.

Sin Cristina tampoco alcanza.

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Las señales de improvisación en la gestión no parecen precisamente culpa de la vicepresidenta, aunque está claro que sus ataques cada vez más manifiestos a las políticas del Gobierno tampoco ayudan.

“Esto se va al carajo”. Un funcionario ligado al kirchnerismo no se esforzó demasiado en buscar eufemismos a la hora de describir lo que horas más tarde el Indec haría público. El dato de inflación de febrero, del 4,7%, se conoció el miércoles a las 16, pero ya en el gabinete había comenzado a circular días antes que la cifra venía mal, mucho peor de lo que habían pronosticado hasta los economistas más pesimistas. 

El Frente de Todos no es lo único que cruje.

La economía rechina cada vez más fuerte, ante una administración que ya casi ni trata de disimular que está a la deriva.

La idea de que el presidente Alberto Fernández pueda en las próximas semanas apoyarse más en los gobernadores, los sindicatos y algunos intendentes para avanzar en una agenda económica más ortodoxa no sólo no termina de permear entre los propios –siguen primando las mismas voces que ya en el pasado le aconsejaron no romper con el kirchnerismo–, sino que parece a esta altura no ser suficiente. 

Para la economía, ya sin Cristina tampoco alcanza. De hecho, las señales de improvisación en la gestión no parecen precisamente culpa de la vicepresidenta. Aunque está claro que sus ataques cada vez más manifiestos a las políticas del Gobierno tampoco ayudan.

Los anuncios que hará hoy Fernández en su plan de “guerra contra la inflación” dan cuenta de un gabinete que no logra más que plantear soluciones espasmódicas a problemas de fondo: más Precios Cuidados, precios de referencia para un puñado de alimentos y más retenciones. La eliminación del beneficio arancelario que existía para las exportaciones de harina y aceite de soja es un claro ejemplo de la improvisación de la gestión. 

Pese a que el ministro Julián Domínguez se cansó de negar en público y en privado que el Gobierno fuera a avanzar en eventuales subas de retenciones, el domingo pasado, a sólo días de que el Indec difundiera el dato de inflación, decidió cambiar de discurso y avalar un planteo que hasta hacía días sostenía en soledad el secretario de Comercio, Roberto Feletti.

Denostado por los albertistas, Feletti viene logrando que muchas de sus ideas terminen imponiéndose. 

No habría que descartar que vayan a terminar flameando sus dos nuevas banderas: un fondo de $700 millones para financiar la compra de papas, tomates y cebollas, tres de los frescos que más subieron en 2022, y una suba de retenciones para el girasol, para contener el precio del aceite que se consume en el mercado interno.

Así, Domínguez se endureció en público, aunque en privado, hasta último momento, intentó negociar para que las cerealeras exportadoras aportaran voluntariamente al Estado 3,5 millones de toneladas de trigo “de buena onda” para así poder abastecer a molineros y subsidiar el precio del pan. 

El ministro aplicó en paralelo una estrategia similar con los frigoríficos: logró que ante la amenaza de un cierre de las exportaciones se mantuvieran en el programa de “Cortes Cuidados”, a través del cual aportan una cantidad de cortes en supermercados a precios subsidiados.

Cándida, la propuesta a las cerealeras, sin embargo, naufragó el mismo lunes en el que Domínguez se las planteó. Pese a ello, Alberto Fernández se la dio casi por cerrada el miércoles al gobernador de Santa Fe, Omar Perotti, que se acercó hasta la Casa Rosada preocupado por el malestar que estaba generando en el campo la amenaza a una suba de retenciones. 

Y hasta la comentó ayer temprano la portavoz, Gabriela Cerruti, entre periodistas. Pensamientos mágicos de un Gobierno que no termina de entender cómo piensan y operan las corporaciones.

Un mercado que se encoge

Para las grandes empresas, la Argentina es un mercado cada vez más chico, menos previsible y menos atractivo. Hace algunas semanas, por caso, en la industria automotriz se encontraron con que no podían fabricar autos grises, porque la empresa BASF, que les provee la pintura, tenía problemas para importar materia prima de ese color.

Incluso en industrias híper eficientes como la cerealera, que tienen en el mercado local una de sus operaciones más relevantes, el país también empieza a perder peso relativo. 

“Hace 10 años –ilustra un ejecutivo de la industria– se molía en la Argentina el 17% de la soja que se muele en todo el mundo. 

Hoy, estamos entre el 12% y 13% del total. Porque seguimos moliendo 40 millones de toneladas cuando en países como Brasil o China la capacidad sigue creciendo”. 

En la Argentina, hace más de 10 años que no se construye una planta nueva; la última fue Renova, de Vicentín y Glencore. 

“Hasta 2010 se hicieron nuevas plantas, inversiones, pero no había esta locura sindical ni pesaban tanto las retenciones”, aseguró.

Una señal aún más elocuente puede encontrarse en el mercado bursátil. Cada vez más, los inversores argentinos eligen poner su dinero en empresas extranjeras en detrimento de las nacionales. 

Según datos del Instituto Argentino de Mercado de Capitales (IAMC), en 2017, los Cedears -como cotizan en el mercado local las empresas internacionales- apenas absorbían 2,5% del volumen total que se operaba en renta variable (acciones). 

El año pasado, las empresas extranjeras se llevaron ya dos tercios del volumen y este año, superan el 80% de las transacciones que se hacen de renta variable. Lo que el kichnerismo llamaría equivocadamente “fuga”.

La sensación generalizada es que en el corto y mediano plazo el Gobierno no da demasiadas señales de que la cosa pueda cambiar. 

Una vez aprobado el acuerdo con el FMI, dependerá exclusivamente de Fernández poder cumplirlo. Ya no podrá rescatarlo la oposición. Cada una de las revisiones del acuerdo será una nueva sangría. Más aun, fuentes diplomáticas confían que, si bien las condiciones del acuerdo que selló el staff del FMI con Martín Guzmán son consideradas por momentos demasiado benignas, es más que probable que con cada una de las revisiones se vaya elevando la vara. “Las primeras revisiones van a ser complicadas; tampoco se quiere que la Argentina tenga que pedir waivers desde el vamos”, apuntaron.

En tal escenario, son más las probabilidades de que la posición de Guzmán siga empeorando y no mejorando dentro del Gobierno. Apuntado por el kirchnerismo, cuestionado por Sergio Massa y desconfiado por los propios albertistas será hostil todo lo que venga para el ministro a partir de ahora. ¿Será una casualidad que el ministro Kulfas viaja la semana que viene a Washington, justo el día después del pago que debe hacerse al FMI?

Por lo pronto, ya los economistas advierten que varias de las pautas contempladas en el programa son muy difíciles (sino imposibles de cumplir). Por caso, parece prácticamente imposible que Guzmán pueda levantar en el mercado doméstico fondos por el 1% del PBI (unos US$5000 millones) para así morigerar el nivel de emisión del BCRA. Lo mismo la meta de acumulación de reservas internacionales. El economista Francisco Gismondi cree que sin un salto cambiario, no podrá la Argentina acumular los US$5800 millones comprometidos con el FMI. En la consultora que dirige Martin Redrado ven que la presión sobre el tipo de cambio será mayor para el tercer trimestre; estiman para entonces un 65% de chances de una devaluación.

¿La próxima crisis?

Y es que en el medio, el Gobierno todavía no anticipa –¿lo sabrá?– cómo va a hacer para transitar el invierno sin gas y con dólares limitados para traerlo del exterior. La Secretaría de Energía pareció anticiparse con la carta que dejó trascender ayer, en la que culpó a Guzmán por no entregarle los pesos para poder pagar las importaciones de gas. Curiosos números los que presentó en esa carta. Energía reclamó $309.800 millones para un mes, pese a que todavía tiene depositados $100.000 millones en el Nación. Unos $300.000 millones son, por otro lado, casi toda la recaudación tributaria que recibe el Tesoro Nacional en un mes, luego de las afectaciones y la coparticipación. Tal vez Martínez quiera despegarse con tiempo de lo que, anticipa, será la próxima crisis que deberá enfrentar Fernández.

Florencia Donovan para La Nación.

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